top of page

Mes de agosto.

 

Está lloviendo sin cesar sobre Bruselas desde no sé cuando ya. Bajo esta capa de plomo gris y húmeda, la ciudad parece vivir en un eterno otoño, salpicado de vez en cuando por un día, dos, una semana de sol que te permiten pensar que igual es cierto que existe otro mundo allende la tranquilidad impuesta por esta falta de luz y un silencio que solo rompen las gotas de agua cayendo por los cristales o por la carrocería de los coches, por las gabardinas y los impermeables, por el sinfín de paraguas que pasean por las calles, negros, blancos, color del arco iris -cada día más color del arco iris- como si la gente buscara luchar contra esa especie de maldición meteorológica poniendo colores donde no los hay. Igual por ello la gente de por aquí suele ser amante del colorido y de lo exótico chillones; por ello, igual también, mucha gente que como yo nació en tierras secas, rojizas, cálidas, pero que sigue – yo ya no- bañada por el sol, prefiera la serenidad apacible que da el blanco y negro. Y es verdad que Bruselas parece un cliché, una foto sin edad -si no pasas por el centro no te das cuenta de que el tiempo va pasando- las calles siguen siendo las mismas, la gente cambia de peinado, de marca de zapatos, los vestidos se hacen más largos o más cortos, hay más gente de fuera pero, en el fondo, sigue siendo la misma multitud -bueno, la misma fauna gris, como apagada- la que pasea por estas calles empapadas, bajo el mismo cielo raso, las mismas ventanas de visillos blancos, amarillentos, grisáceos por la suciedad, el tiempo o el tabaco, y todo va pasando y la gente va paseando en grupos pequeñitos -no hay muchedumbre aquí salvo en algunas calles comerciantes porque la gente, es bien sabido, cuando se aburre compra- racimos diminutos, muy a menudo gente solitaria, como caen las gotas, las gotas de agua, esos goterones que ahora estoy mirando desde la ventana y que me hacen pensar en que quizás no debiera estar aquí aunque aquí sigo.

 

Chaparrón de abrazos.

Pronto a la venta -en cuanto se decida en serio una editorial

EL GRITO DEL HUEVO ES AMARILLO

José CAMARENA

Relato corto.-

 

El día en que quiso recuperar la dignidad perdida, el cielo era un paralelogramo pesado y gris que pareciera iba a caérsele a este mundo encima y aplastarlo para siempre. Apagó entonces, en el cenicero de barro repleto de colillas malolientas, la cabeza cuyo humo ya no soportaba y se tiró por la ventana del salón, como quien abandona, sin vergüenza, toneladas de basura y podredumbre en medio de la acera, sin importarle lo más mínimo las consecuencias de un acto en todo despreciable. Se lanzó con fuerza y sin filtro; quizás por ello, nadie se dignó intentar recomponer los montones de dignidad que yacían por los suelos, dispersos y sin lógica, fundidos por los charcos reflectantes, aquellos diminutos grises suyos con los del rectángulo celeste, ahora negro luto por el chaparrón.

¡COMPARTE! 


© 2015. Por La Mampara. José Manuel Camarena. All rights reserved under Safe Creative World Wide License

bottom of page