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El conejo de la Alicia en el diván

Bueno, vamos a ver -y de una vez por todas- qué c*** es lo que le pasa al dichoso y demasiado célebre ya conejito de la Alicia : qué lo mueve de manera constante hacia afuera y qué lo hace replegarse y cerrarse en sí mismo, cual ostra...

Sesión de análisis : primera sesión (en la que todo queda dicho, o sea, nada)

- ¡Hable, hable! ¡Diga, diga! - Pues, mire Usted, lo que pasa es que antes de venir aquí, sentía unas ganas tremendas de hablar, de intercambiar, de entender, de colmar ese vacío que siento; y, ahora, no sé por qué razón, quisiera dormir, estar solo, como buen conejito que se precia y sin ganas de hablar con nadie, ni de contacto social... Nada... Eso, nada... - Hmmm... Nada... ¿Sí?... - No sé, pensaba que Usted de quién dice la gente que todo lo sabe y todo lo puede pues que quizás podría ayudarme y quitarme ya, de una vez, esa obsesión del tiempo y las agujas; ese pasar de prisa y sin tener camino : siempre con hambre, siempre dispuesto a todo y, al final, nada : una enorme fatiga de vivir este sin vivir del segundo que dura una eternidad y esa sed que nada ni nadie pueden colmar... Nada, ni nadie; ni siquiera Usted, ahora que le veo y puedo comprobar que no es sino un hombre más, como todos los hombres, del montón, vaya -con esa corbata hortera, el pelo casposo, el gesto tímido y tembloroso, el despacho apestando a colillas de puros fríos y esos ojos que no miran más allá de lo que le permiten mirar las gafas... A veces me pregunto si no se estará, Usted también, aprovechando de mí... - Aprovechar, ha dicho Usted... - Sí... ¿Qué hora es, por favor, doctor? - Queda tiempo, no se preocupe; el tiempo, aquí, lo dirijo yo... Siga... - Dentro de nada, seguro que suena el maldito despertador que siempre suena a la misma hora y siempre me pilla por sorpresa... He dicho aprovechar, sí, doctor, aprovechar... Por cierto, cuando entré aquí llegaban, desde la puerta de enfrente, unos olores a salchichas de Frankfurt calentitas y envueltas con mostaza, y... ¡Dios, qué hambre! - ¿Y, por qué no come? - Pues, simple y llanamente, porque no me gustan las salchichas de Franfurt envueltas con mostaza, ni los hombres que dirijen el tiempo... Ya no me trago nada... Bueno, aunque quisiera, doctor, la verdad es que ya no entraría nada; es como si se me estuviera cerrando ese pozo sin fin del que salí proyectado un día... Como una mierda... Sí, como una mierda... El conejito de la Alicia es una mierda. Vaya exclusiva, eh doctor? - ¿Una mierda, el conejito o una mierda Alicia? - Pensaba que no estaba Usted tan loco : la mierda es el conejito de la Alicia -que ni soy yo, ni es ella, pero ambos a la vez... - Quizá el reloj del que tanto se queja, no esté ahí sino para unir a las dos partes de ese "todo" del que tanto se queja... - Quizás lleve Usted razón, doctor... ¿Tiene Usted pañuelos?... Gracias... Unir, parte, todo, queja; palabras que me angustian y que me conmueven sin que sepa muy bien por qué... - ¿La duda? - Sí, la duda... Siempre dudando, pero no conscientemente, no racionalmente como el neurótico obsesivo, no, una duda en movimiento, constante : como un ayer que corrirera detrás del mañana pasándose al hoy por alto... No sé... - Pues, cerraremos esta sesión con esa duda - ... Gracias, doctor y perdone que le haya podido herir con mis palabras; en el fondo sé que Usted es buena persona y competente, y que no se va a aprovechar de mí... En el fondo; Ja! En el fondo, sí... - Ya tendrá Usted ocasión de hablar de ello en las próximas sesiones.

© José Manuel Camarena - La Mampara.

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